BREVE PREÁMBULO

El corazón de la ciudad vieja de Jerusalén para los cristianos es la basílica del Santo Sepulcro, conocida por los habitantes locales como “iglesia de la resurrección”: en su interior se encuentran el Calvario, lugar de la crucifixión y muerte de Jesús, y la Tumba de Cristo, desde la que el Hijo de Dios resucitó al tercer día. 

Los dos Santos Lugares están relacionados y son inseparables, como lo es el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo que tuvo lugar allí y se realiza continuamente. 

Desde hace ochocientos años, los frailes franciscanos de la Orden de Frailes Menores son los custodios del Santo Sepulcro en nombre de la Iglesia católica, y comparten la propiedad de la basílica con la Iglesia greco-ortodoxa y la Iglesia apostólica armenia.

HISTORIA DEL SANTO SEPULCRO

De cantera a jardín

El Calvario, tal y como testimonian los Evangelios, debía encontrarse en las afueras de la ciudad, en una zona dedicada a sepulcros. Pero, ¿cómo se presentaba esta zona en tiempos de la crucifixión y resurrección de Cristo? 

Las excavaciones arqueológicas de la segunda mitad del siglo XX demostraron la existencia de una vasta cantera para la extracción de la piedra malaki, situada a penas fuera de las murallas, y que se utilizaba desde el siglo VIII al I a.C. para construir los edificios de los ciudadanos. 

Cuando se abandonó la cantera esta zona se utilizó para pequeños huertos y jardines cultivables y en sus paredes rocosas, a lo largo de la colina, se realizaron una serie de tumbas de familia. 

El mismo Gólgota, el “monte” en el que se clavaron las cruces, debía aparecer como el pico de una roca más elevado y separado de la colina, un lugar adecuado para la ejecución demostrativa de las penas capitales. 

Desde que Herodes Agrippa en el 41-42 d.C. amplió el circuito de la muralla de Jerusalén hacia el noroeste, el Gólgota empezó a formar parte de la ciudad, y de lugar aislado con el tiempo, se transformó en parte integrante y centro de la ciudad.

Ælia Capitolina

 Una consecuencia importante de las rebeliones judías contra la dominación romana fue la destrucción de Jerusalén y la edificación de una nueva ciudad, la colonia romana de Elia Capitolina, dedicada al emperador Adriano que había deseado su construcción. Jerusalén se transformó así en una ciudad con características griego-romanas, dotada de cardo y templos dedicados a las divinidades romanas para borrar todos los recuerdos judíos. En esta nueva distribución urbana, el huerto del Gólgota se encontraba en el centro de la ciudad. En esta misma área se erigió un templo pagano construido sobre un terraplén que selló los restos más antiguos, tal y como cuentan los testimonios de Eusebio, obispo de Cesarea en el siglo IV y de San Girolamo, que vivió en Belén desde el 386 hasta su muerte.

La época de Constantino

En el 324-325 por encargo de Constantino, el obispo de Jerusalén Macario, inició la destrucción de los edificios paganos construidos en el Gólgota, con el fin de buscar la tumba vacía de Cristo. Con gran sorpresa y en contra de cualquier expectativa, el historiador Eusebio transmitió el relato del descubrimiento de la “gruta más santa de todas”, la que había sido testigo de la resurrección del Salvador. 

Después del descubrimiento de la tumba y del pico rocoso del Gólgota, los arquitectos constantinopolitanos proyectaron un complejo de edificios articulado e imponente destinados a usos litúrgicos específicos. 

La obra de Constantino, que fue inaugurada oficialmente el 13 de septiembre del 335, modificó la geología de la zona para realizar un complejo de edificios que culminaban en la Anastasis con la tumba de Cristo en el centro. A lo largo del cardo columnizado de la ciudad se erigía la escalinata que llegaba hasta el atrio donde, a través de tres puertas, se accedía a la basílica del Martyrion. 

La basílica debía de ser magnificente con sus cinco naves divididas por columnas y pilares que sostenían un techo artesonado dorado. En el fondo de la basílica, a través de dos puertas colocadas al lado del ábside, se llegaba al patio exterior, rodeado por tres lados de pórticos, y en la esquina sureste se elevaba, en su aspecto natural, la roca del Gólgota. 

Desde el tripórtico se sostenía imponente la fachada del grandioso mausoleo del Anastasis: el edificio fue concebido como una gran cuenca circular que en el centro tenía el Edículo de la Tumba, rodeado de columnas y pilares que formaban un deambulatorio superado por una galería superior. 

Una gran cúpula con óculo abierto se elevaba sobre el Anastasis y hacía que la basílica fuera visible desde toda la ciudad. Por último, en el exterior a lo largo del lateral norte del Anastasis, encontraron espacio los ambientes destinados al Obispo y al clero de la Iglesia madre de Jerusalén.

La invasión persiana y la conquista árabe

La conquista de Jerusalén por parte de los persianos en el 614 estuvo acompañada por tres días de saqueos y destrucción. El mismo Patriarca Zaccariafue prisionero y robaron la reliquia de la Verdadera Cruz, para traerla de nuevo a Jerusalén por el emperador bizantino Heraclio en el 630. 

El complejo del Santo Sepulcro en el que los cristianos de Jerusalén se refugiaron durante el asedio, fue incendiado y muchos fieles murieron. El abad de San Teodoro, Modesto, se empeñó en la búsqueda de los fondos para la reconstrucción de las iglesias destruidas en Jerusalén por los ejércitos persianos. Éste afirmó que todas fueron restauradas en el 625 d.C. y se deduce que fueron reparados también los daños que había sufrido el Santo Sepulcro. 

En el 638, el patriarca de Jerusalén Sofronio, entregó pacíficamente la ciudad al califa Omar: las derrotas bizantinas contra los musulmanes que provenían de la península árabe cambiaron el curso de la historia de Palestina durante los siguientes cuatro siglos. 

Es a causa de la visita del califa al Santo Sepulcro y a su oración en el exterior de la basílica del Martytion, en el pórtico oriental, la pérdida del derecho de acceso al santuario por la entrada principal, que se convirtió en lugar de oración individual para los musulmanes. 

Los peregrinajes a la Ciudad Santa continuaron interrumpidos y las historias de los viajeros ofrecían una descripción del Santo Sepulcro y de los cambios que ocurrieron en este período como el desplazamiento del acceso por el lado sur, la construcción de una iglesia en el lugar del Calvario y de la iglesia de Santa María, además de la veneración de nuevas reliquias como la copa de la última cena, la esponja y la lanza expuestas en el religioso obsequio.

La destrucción de Al Hakim

En el 1009 d.C., el fanático califa fatimita de Egipto al-Hakim bi-Amr Allah emitió la orden explícita de destruir las iglesias de Palestina, Egipto y Siria, y sobre todo el Santo Sepulcro, tal y como narra el historiador Yahia ibn Sa’id. 

Se trató de una destrucción radical del santuario que llevó a la demolición de la iglesia del Calvario, de lo que quedaba de las estructuras que sobrevivieron del Martyrion y abatimiento completo del Edículo del Sepulcro. Todos los restos arqueológicos y los objetos de decoración fueron destruidos o robados. La furia devastadora se detuvo solamente ante la robusteza de las estructuras constantinas del Anastasis que se salvaron en parte porque estaban sumergidas por los restos de la destrucción. 

La reconstrucción inició pocos años después pero la complejidad del proyecto constantino se perdió para siempre y la Rotonda del Anastasis se convirtió en el fulcro de la iglesia y la única basílica del complejo nominada en las fuentes históricas sucesivas. La restauración, de la que se encargó la Corona Imperial de Bizancio, terminó en 1084, bajo el reinado del emperador Constantino Monomaco. 

La transformación cruzada

La creciente dificultad por acceder a los lugares santos de la cristiandad llevaron a los emperadores bizantinos a pedir ayuda a Occidente, que respondió con el inicio de las campañas cruzadas. 


El 15 de julio del 1009 los cruzados conquistaron la Ciudad Santa, masacrando hebreos y musulmanes y la convirtieron en el corazón de su reino durante casi un siglo, hasta el 2 de octubre de 1187.

Pocos días después de la conquista, el Conde Goffredo di Buglione recibió el título de “Advocatus” es decir, protector laico del Santo Sepulcro, con el deber específico de defender a los lugares santos en nombre del Papa y del clero latino. 

Los cruzados pusieron en marcha las obras para volver a entregar algunas partes del Santuario al corazón de la Cristiandad, que había sido restaurado recientemente. Para adaptar el santuario a la liturgia Latina en el espacio del tripórtico Constantino, se construyó un Chorus Dominorum unido al Anastasis, en el que oficiaban los religiosos latinos.

Otra importante realización cruzada fue la construcción de la iglesia de Santa Elena en el lugar en el que la tradición jerosolimitana recordaba el hallazgo de la Verdadera Cruz por parte de la madre de Constantino. La intención de los cruzados era la de realizar una única basílica que reagrupara todas las memorias que se celebraban, donándole una forma adecuada para acoger a miles de peregrinos. 

La diversidad de estilos románicos europeos representados por las primeras intervenciones en la basílica por voluntad del rey Baldovino I (1100-1118), encontraron a lo largo del tiempo una cohesión mayor sobre todo gracias a los artistas que trabajaban para el rey Baldovino III (1140-1150). 

La basílica del Santo Sepulcro tal y como ha llegado a la actualidad refleja aquel estilo románico cruzado que reunió en una única estructura las memorias sagradas unidas a la muerte y resurrección de Cristo.

Un período difícil

El año 1187 el ejército de Saladino reconquistó Jerusalén y la iglesia del Santo Sepulcro se cerró. Gracias a los acuerdos con el emperador de Constantinopla se restableció una jerarquía griega. 

Los católicos, llamados Francos o Latinos, fueron readmitidos por un breve lapso de tiempo para después ser de nuevo expulsados durante la feroz invasión de los cuaresmianos el año 1244, cuando los cristianos fueron asesinados crudelmente y la basílica, una vez más, gravemente dañada. 

El peregrino Thietmar, en el año 1217, dice que la iglesia del Santo Sepulcro y el lugar de la Pasión “están siempre cerrados, sin culto y sin honor, y no se abren más que alguna vez a los peregrinos, a fuerza de dinero”. 

Ante las protestas del mundo cristiano, el sultán se excusó ante el papa Inocencio IV atribuyendo la devastación a irresponsables y aseguró que, reparados los daños, consignaría las llaves a dos familias musulmanas para que abrieran la basílica a la llegada de los peregrinos (una situación que dura hasta nuestros días). 

Fue un período oscuro. Funcionarios sin escrúpulos se aprovecharon del deseo de las comunidades cristianas de acceder a la basílica. Los peregrinos, tras pagar una tasa, eran introducidos en la basílica y se les asignaba un lugar y un altar especial donde podían asistir, incluso durante algunos días, a las ceremonias que se celebraban en su lengua. 

En aquel tiempo, se establecieron en Jerusalén colonias de cristianos procedentes de Mesopotamia, Egipto, Armenia, Etiopía, Siria, Grecia y Georgia. La reina georgiana Tamara obtuvo la exención de tasas para su comunidad y el permiso de vivir en la iglesia. Los monjes recibían la comida y los donativos a través de aperturas practicadas en la puerta de la basílica. El santuario empezó a decaer de forma gradual. 

Los soberanos de Occidente, perdida la posibilidad de recuperar con las armas los Santos Lugares, establecieron tratados con los sultanes para asegurar el culto católico y la asistencia a los peregrinos. Los reyes de Nápoles tuvieron mucho éxito en este sentido consiguiendo, el año 1333, una residencia para la comunidad latina de Jerusalén.

Los Franciscanos en el Santo Sepulcro

En 1342, con la aprobación del papa Clemente VI, el honor de custodiar los Lugares Santos se asignó a los Franciscanos, presentes en Tierra Santa desde 1335. Desde entonces, los frailes franciscanos ocupan la Capilla de la Aparición de Jesús resucitado a su Madre. 


Fray Nicolò da Poggibonsi, que en aquellos años se encontraba en Jerusalén visitando la basílica del Santo Sepulcro, escribió: «En el Altar de Santa María Magdalena ofician los Latinos, es decir los Frailes Menores, o Cristianos latinos; que en Jerusalén y más allá de los mares, es decir, en Siria y en Israel y en Arabia, y en Egipto, no hay más religiosos, ni sacerdotes, ni monjes, si no los Frailes Menores y éstos se llaman Cristianos Latinos». 

El archimandrita ruso Gretenio, cuenta que dentro de la basílica, cerrada durante todo el año excepto en las fiestas pascuales y de los peregrinajes, se encuentran permanentemente un sacerdote griego, un georgiano, un franco – es decir, un fraile menor-, un armenio, un jacobita y un abisinio. 

Fue un periodo de relativa calma: las diferentes Comunidades cristianas presentes en el Santo Sepulcro consiguieron celebrar juntas los ritos de la Semana Santa, incluida la procesión del Domingo de Palma.

Bajo el dominio turco

El año 1517, el centro de poder del mundo islámico se transfiere de la dinastía mameluca de Egipto a los turcos otomanos. El sultán, que residía en Constantinopla, favorecía a la Iglesia greco-ortodoxa y eso causó muchos roces entre griegos y latinos. 

Un terremoto, en 1545, derribó parte del campanario. El dinero y las intrigas palaciegas convirtieron el Santo Sepulcro en un trofeo al mejor postor. Entre 1630 y 1637 algunas partes de la basílica cambiaron de manos hasta en seis ocasiones. 

En 1644 los georgianos, no pudiendo satisfacer el pago de las tasas, dejaron la basílica y, poco después, se fueron también los abisinios. Los franciscanos consiguieron adquirir los espacios abandonados por las otras comunidades. 

En 1719, tras las largas discusiones, los franciscanos comenzaron la restauración de la cúpula de la Anástasis. Con el temor de que los trabajos se paralizaran sin motivo, emplearon 500 trabajadores custodiados por 300 soldados. 

Se rehizo la cúpula y el tímpano con las ventanas ciegas, pero se perdieron los mosaicos, demasiado dañados. Los armenios rehicieron la escalinata de la Capilla de Santa Elena y los griegos demolieron los pisos que amenazaban la ruina del campanario. El edículo fue restaurado en 1728. 

Un decreto del Sultán, en 1757, atribuyó a los griegos la propiedad de la basílica de Belén, la Tumba de la Virgen y, en común con los latinos, algunas zonas de la basílica del Santo Sepulcro. Desde entonces no se han realizado grandes cambios en lo que se refiere a la propiedad de los Santos Lugares.

La época del Mandato británico

Una vez concluida la guerra mundial en la que perdió Alemania y Turquía su aliada, Palestina pasó a la administración mandataria de Inglaterra. 

La esperanza de que la cuestión de los Lugares Santos pudiera resolverse de manera equitativa, ya que los ingleses encontrándose fuera de la cuestión serían jueces más imparciales entre las partes contendientes, no fue correspondida. 

El proyecto de la constitución de una Comisión que hubiera podido examinar los derechos de cada una de las Comunidades, fue retirado y las controversias se asignaron a la competencia del Alto Comisario inglés de Palestina, con la obligación de hacer que se respetara el Status Quo. El gobierno inglés en caso de obras urgentes o restauraciones, según el art. 13 del mandato y de una ordenanza de 1929 del Departamento de Antigüedades, podía intervenir directamente. Esto ocurrió en 1934 y en 1939. 

Después del gran terremoto de 1927, el arquitecto inglés Harrison dio la alarma sobre la peligrosa estabilidad de la basílica y la apuntaló con andamios de hierro y de madera. Los Franciscanos y Griegos invitaron arquitectos especialistas para que realizaran una ulterior pericia y el resultado fue que los trabajos de apuntalamiento realizados no bastaban para evitar una catástrofe, por lo que era necesario buscar otras soluciones.

Las tres Comunidades, por su parte, se dedicaron a reparar los daños causados por el terremoto: los Griegos reconstruyeron la cúpula de los Catholicon, los Franciscanos repararon la capilla del Calvario y los Armenios, la de Santa Elena.

Desde 1948 hasta hoy

Si, por un lado, el siglo pasado fue para el Santo Sepulcro una sucesión de dificultades relacionadas con los sucesos políticos del país, por otro lado, fue el siglo que permitió mayores acuerdos comunes entre las Comunidades del Status Quo. 

Durante la regencia del reino Hashemita de Jordania, cristianos y musulmanes pudieron acceder libremente a la ciudad santa y a la basílica, a diferencia de los hebreos, siendo la Ciudad Vieja completamente situada en el interior de los territorios jordanos. Una visita de excelencia fue la del rey de Jordania Abdullah el 27 de mayo de 1948. 

Durante algunas obras de restauración en el techo, un miércoles 23 de noviembre de 1949 a las 20 horas, un incendio dañó la cobertura de la gran cúpula, pero el gobierno de Amman se puso en marcha de inmediato para las reparaciones. 

En 1959 tuvo lugar un cambio decisivo cuando las tratativas entre los representantes de las tres comunidades Griego Ortodoxa, Latina y Armenia llegaron al acuerdo para el gran proyecto de restauración de la basílica. 

En 1960 iniciaron las obras y también fue la ocasión para verificar el estado del depósito arqueológico en las trincheras y las muestras útiles, que fue realizado por el padre franciscano y arqueólogo del Studium Biblicum Franciscanum, Virgilio Corbo. 

Durante más de veinte años, padre Corbo participó en el descubrimiento de importantes mosaicos, materiales que la investigación del edificio restituía sobre la historia y en su atenta interpretación, publicó su trabajo en 1982, “El Santo Sepulcro de Jerusalén” con la documentación completa de las investigaciones arqueológicas. 

La primera visita papal en toda la historia de los lugares santos tuvo lugar en enero de 1964, cuando Paolo VI rezó ante de la Tumba vacía. Muchos años después, en ocasión del año jubileo del 2000, el beato Juan Pablo II la visitó dos veces en el mismo día, y nueve años más tarde la comunidad cristiana local pudo disfrutar de la visita del nuevo pontífice Benedicto XVI. 

Después de la guerra llamada de los seis días, desde 1967 también la basílica del Santo Sepulcro pasó bajo el control israelino y, todavía hoy, guardias israelinas supervisan el desarrollo tranquilo de las prácticas de apertura y cierre de la basílica y el flujo de peregrinos sobre todo, durante el periodo pascual. 

El diálogo continuado entre las tres Comunidades para las actividades de los espacios comunes de la basílica ha traído nuevas e importantes inauguraciones, como la de la cúpula que se encuentra sobre el Edículo, descubierta a la mirada conmovida de fieles, peregrinos y religiosos el 2 de enero de 1997 y, la más reciente, de los espacios indispensables acondicionados como servicios higiénicos. 

Las tratativas entre los representantes de las Comunidades no se detienen y todavía están examinando los acuerdos para la restauración del Santo Edículo y para una nueva pavimentación de los espacios comunes.